LA CRISIS Y LA ARROGANCIA DE OCCIDENTE
Leonardo Boff. Koikonia. 13 marzo 2009
En todos los países se están buscando salidas para la crisis actual. Más que ante una crisis, estamos, a mi modo de ver, frente a un punto de mutación de paradigma, próximo a ocurrir. Pero está siendo aplazado e impedido por la arrogancia típica de Occidente. Occidente está perplejo: ¿cómo puede estar en el ojo de la crisis si posee el mejor saber, la mejor democracia, la mejor conciencia de los derechos, la mejor economía, la mejor técnica, el mejor cine, la mayor fuerza militar y la mejor religión?
Para la Biblia y para los griegos esta manera de pensar constituía el supremo pecado, pues las personas se situaban en el mismo pedestal de la divinidad. Pronto eran castigadas al destierro o condenadas a muerte. Llamaban a esta actitud hybris, que quiere decir, arrogancia y exceso. Oigamos a Paul Krugman, Nóbel de economía en 2008, en el New York Times del 3 de marzo: «Si quiere usted saber de dónde vino la crisis global, mire las cosas de esta manera: estamos viendo la venganza del exceso; así nos hemos empantanado en este caos y todavía estamos buscando una salida». ¿No se decía antes greed is good? ¿La ganancia en exceso es buena?
Presentemos otra cita del nada sospechoso Samuel P. Huntington en El choque de civilizaciones: «Es importante reconocer que la intervención en los asuntos de otras civilizaciones constituye probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y de un posible conflicto global en un mundo multicivilizacional». Huntington explica que es la arrogancia la que mueve a estas intervenciones. Los occidentales pretenden saber todo mejor. Johan Galtung, noruego, uno de los más preeminentes mediadores de conflictos del mundo, trabajó durante tres años tratando de mediar en la guerra de Afganistán. Se retiró, decepcionado e irritado, denunciando: «la arrogancia occidental impide cualquier acuerdo; éste sólo es posible a condición de que los talibanes se sometan totalmente a los criterios occidentales».
Tal vez la forma más refinada de arrogancia fue y es vivida por el cristianismo, especialmente bajo el actual Pontífice. Ha rebajado a las otras Iglesias negándoles el título de Iglesias. Ha impugnado a las demás religiones como caminos hacia Dios.
Pero ha tenido antecesores más extremados: Alejandro VI (1492-1503) por la bula Inter Caetera dirigida a los reyes de España determinaba: «por la autoridad de Dios Omnipotente que nos ha sido concedida en san Pedro y como Vicario de Jesucristo os donamos, concedemos, entregamos y asignamos a perpetuidad con todos sus dominios, ciudades, fortalezas, lugares y villas, las islas y las tierras firmes halladas y por hallar». Nicolás V (1447-1455) por la bula Romanus Pontifex hacía lo mismo a los reyes de Portugal. Les concedía «plena y libre facultad para invadir, conquistar, combatir, vencer y someter a todos los sarracenos y paganos en cualquier parte que estuvieren y reducir a sus personas a servidumbre perpetua». ¿Se puede ir más lejos en exceso y en hybris? Se borró totalmente la memoria del Nazareno que predicaba el amor incondicional y que todos somos hermanos y hermanas.
La arrogancia de Occidente impide que los jefes de Estado, ante la actual crisis, se abran a la sabiduría de los pueblos y busquen una solución a partir de valores compartidos y de una visión integradora de los problemas de la Casa Común, herida ecológicamente. En los discursos de Barack Obama resuena la arrogancia típicamente estadounidense de que los EUA todavía van a liderar el mundo. Es un liderazgo montado sobre 700 bases militares repartidas por todo el planeta y provistas de armas de destrucción masiva capaces de diezmar a la especie humana y dejar tras de sí una Tierra devastada. Este liderazgo arrogante no lo queremos.
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